16 de agosto de 2009

Cada día asumamos un compromiso político por la alegría

Cada día al levantarme me considero agraciado, pues he recibido mucho: la oportunidad de ver crecer a mis hijos, Guillermo y Fernando; la capacidad de soñar y compartir mis sueños; la posibilidad de expresar lo que siento; en fin: la posibilidad no sólo de existir sino de ser. Es por ello que cada día me descubre lleno de energía, optimismo y esperanza, armado de paciencia y perseverancia, militando en la política, en la lucha constante por democratizar la alegría.

Debo confesarles algo, todo mi accionar en la Escuela Nacional de la Judicatura ha estado determinado por mi vocación política. Siempre he actuado como lo que soy y espero ser hasta mi muerte, un político, un tenaz luchador por lograr que la alegría sea un patrimonio de todos, no sólo de unos cuantos que la han secuestrado, monopolizado, a costa de la infelicidad de la mayoría. Sé que muchos podrán categorizar esa afirmación como irreverente, pero lo repito, no soy más que un político, un ser humano que ha optado por contribuir en todo momento y con todas sus posibilidades a que todos puedan vivir con alegría.

Jueces de PazEsa opción política se reafirma cada día cuando acuden puntualmente a mí, los recuerdos de los amaneceres en el sector “La Esperanza” del Barrio de los Guandules en Santo Domingo, lugar donde no nací pero donde opté por vivir en una etapa de mi vida, experimentando allí situaciones y emociones que me marcaron por siempre, llenando mi memoria de rostros de personas concretas que quieren y merecen vivir felices, que luchan cada día, y yo junto a ellos, por negar la lapidaria frase que adornaba una de las paredes de entrada al barrio: “La esperanza nos mata la alegría“.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la ceremonia de graduación que nos convoca hoy? La respuesta es más fácil de formular que de hacerla realidad: La justicia es el sustento necesario e indispensable para permitir que cada uno de los habitantes de nuestro país pueda optar a vivir con alegría. Y es precisamente la Escuela Nacional de la Judicatura el lugar en el cual se forman los más auténticos servidores de la justicia, mujeres y hombres comprometidos con la excelencia, decididos a entregarse a la construcción de un país donde cada uno vea protegido sus derechos, en libertad y solidaridad, en donde la pobreza y su expresión más odiosa, la injusticia, no nos golpee en la cara cotidianamente. Un país que conozca la verdadera alegría.

En la Escuela Nacional de la Judicatura trabajamos todos los días en la construcción de una mejor justicia para nuestros hijos y para nosotros mismos. Queremos un país donde se respete la institucionalidad, donde nadie esté por encima de la Constitución ni de las leyes. Todos los días, en cada momento, luchamos por demostrar que el compromiso puede más que la irresponsabilidad, que el verdadero espíritu de servicio público se expresa cada vez que cumplimos nuestras tareas con dedicación y sentido de justicia, que por el contrario la irresponsabilidad, la impunidad y el olvido no sólo son una señal inequívoca de mediocridad, sino que además matan la alegría.

En la Escuela Nacional de la Judicatura, luchar por la justicia significa nada más y nada menos que entregar a la patria a los mejores en el servicio de la justicia, a la vez que demostrar que desde el tercer mundo podemos dar vida a una institución pública de clase mundial.

Los jueces formados por la Escuela Nacional de la Judicatura durante estos once años de servicio son considerados modelos dentro del sistema de administración de justicia, reconocidos por su honestidad, responsabilidad, amor al trabajo y consciencia de que sólo con su ejemplo personal podrán contribuir a cambiar a sus familias, a su pueblo y a su país. Lo mismo podemos decir de los defensores públicos que conforman la Oficina Nacional de la Defensa Pública, una institución que cada día asume la enorme responsabilidad de procurar la asistencia permanente y gratuita para el justiciable.

El ejemplo no es una forma de enseñar, es la única forma de enseñar, y esa ha sido uno de los pilares de nuestra escuela, de sus directivos, de su equipo de gestión, de sus docentes, de sus colaboradores y de todos sus egresados.

Ustedes, que han concluido en forma exitosa sus programas de estudios, son ahora más conscientes para hacer uso de los conocimientos adquiridos, aplicando conceptos, sistemas y tecnologías actuales a sus labores, para transformar su presente y eliminar de nuestra realidad todas aquellas concepciones y prácticas de nuestro pasado judicial, acumulado en siglos de prácticas jurídicas que fueron consideradas y aceptadas como válidas, pero que hoy se contradicen con nuestra realidad y se han vuelto obsoletas.

Deben luchar cada día por mantenerse jóvenes, pero no en el sentido que nos pretende inculcar la ideología consumista y superficial vigente hoy día, donde se mide la juventud por la lozanía de la piel o la capacidad de esconder las huellas del tiempo; sino en la línea de cómo la definió José Ingenieros hace ya muchas décadas:“Joven es aquel que no tiene complicidad con el pasado”.

Hemos sido testigos cercanos del proceso de transformación que les ha tocado vivir, la influencia sobre otras personas que ustedes están teniendo y con ellas en el orden, las estructuras, la realidad y la historia. Nos llena de regocijo y orgullo conocer que han adquirido conocimientos y esperamos que los mismos se hayan convertido en sabiduría y que estén preparados para hacer uso de ella, pues como dijo Cicerón,”no basta con adquirir sabiduría, es preciso además saber usarla“. Pero lo más importante, es que además estamos completamente convencidos de que estos nuevos conocimientos adquiridos están acompañados de los valores personales y sociales necesarios para hacerlos dignos de servir a nuestro pueblo. Y no podría ser de otra forma! Nuestro sistema de justicia es heredero de las ideas y los sueños del siglo XVIII. Pero sus desafíos son los del siglo XXI.

La nuestra es una cultura en que la demanda por el reconocimiento de derechos individuales, económicos y sociales, se entrelaza con las exigencias jurídicas de un entorno económico crecientemente sofisticado, así como de un conjunto de obligaciones jurídicas emanadas de tratados internacionales que obligan a nuestro país.

Defensores En suma, una realidad cada vez más compleja que la justicia dominicana está llamada a enfrentar. Y es precisamente esto lo que estamos tratando de hacer en la Escuela Nacional de la Judicatura, ser un referente de un proceso que permita que todos nosotros adquiramos conocimientos acerca de nosotros mismos y de una nueva realidad que se nos presenta de modo tal que podamos tener los valores, conocimiento y destrezas necesarias, acorde al nuevo milenio.

Somos parte de un necesario y profundo proceso de rediseño de la justicia dominicana, lo que el Magistrado Presidente de la Suprema Corte de Justicia, el Dr. Jorge A. Subero Isa, ha denominado la Segunda Ola de Reformas, que busca en todo momento asimilar los cambios y tendencias que se producen en nuestra realidad nacional y en el ámbito internacional, para insertarnos de lleno en una sociedad del conocimiento que cohabita con una sociedad industrial que no ha podido resolver todavía sus tareas fundamentales de carencia de alimentos, salud, vivienda y educación.

Sabemos que recorremos un camino difícil y lleno de obstáculos. Pero lo enfrentamos con la serena calma de quienes se saben responsables de garantizar a cada habitante de esta patria el derecho a ser reconocido como un ser libre e igual a todos, digno de acceder a la felicidad como cualquier otro.

Muchas veces se les pide a los jueces y defensores que sean más humildes. Interpretamos este clamor como la solicitud de un comportamiento más sencillo y servicial, en el cual nunca presuma de la riqueza de sus cualidades y conocimientos y que por el contrario siempre estén prestos a la hora servir con amabilidad, respeto y discreción, que son cualidades que forjan a los seres humanos realmente nobles. No tengo dudas de que ustedes sabrán comportarse de acuerdo a aquellos valores.

Estamos confiados en que la experiencia que vivieron en la Escuela Nacional de la Judicatura fue una experiencia de alegría, que los acompañará siempre y que les permitirá integrarse a la lucha por los anhelos de nuestro pueblo, hasta hacer y sentir suyas las demandas de los que piden, reclaman y exigen justicia.

Felicidades a todos, y éxitos en el camino que van a emprender o están emprendiendo. Manténganse jóvenes, sin complicidad con el pasado y militando por la democratización de la alegría, la sociedad dominicana no espera ni aceptará menos que eso.

LIC. HENRY MOLINA

DIRECTOR DE LA ESCUELA DE JUDICATURA

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